viernes, 2 de marzo de 2007

Otra mirada sobre los acontecimientos franceses

Escrito el 10 de Noviembre de 2005 por Juan Francisco Venturino.

Version corregida y aumentada por Enrique Martinez Codó.

Primero España, luego Inglaterra y ahora Francia fueron noticia y foco de atención en el mundo entero, ocupando la primera plana de los diarios y poniendo en jaque los viejos conceptos de defensa y seguridad en la Unión Europea. Para los especialistas éste no es un tema menor. Darle término a la cuestión francesa implica altos costes y una actitud política de fuerte autoridad y compromiso.

Tanto en Francia como en el resto de los Estados del viejo continente se impone un concepto más complejo de la seguridad. El nuevo concepto de seguridad nace con la desaparición de la figura de un Estado extranjero como enemigo externo y con el surgimiento de nuevos actores que ocupan el lugar vacante como amenazas a la paz.

El tráfico ilegal de armas, el control de las fronteras, el combate contra el terrorismo y la prevención de conflictos internos[1] ocupan las primeras líneas en la agenda internacional de la seguridad. Una vez desaparecidos los límites entre la esfera doméstica y la externa de la seguridad y con el advenimiento de nuevos actores, el sistema actual se ha tornado mucho más inestable.

El buen desempeño europeo en lo referente al proceso de integración contrasta con la Europa profunda. Cuestiones de política interna y la elaboración de políticas comunes en áreas sensibles como la política exterior aún permanecen como asignaturas pendientes. Luego de años de negociación y compromiso político, la Unión logró gestar una moneda tan propia como gravosa, ya que en reiteradas ocasiones los altos mandatarios han tenido que recurrir a la prestidigitación para mantener la economía de los Estados que presiden, acorde a los objetivos comunitarios.

La Unión se ha caracterizado por hacer un uso extensivo de métodos pacíficos y con un fuerte contenido económico y social sobre los ejes del diálogo político, el acuerdo económico, la condicionalidad democrática, la cooperación técnica y la ayuda humanitaria persiguiendo resultados a largo plazo poniendo el mayor énfasis en los cambios estructurales. Sin embargo en la actualidad conviven dos europas o una Europa de dos tiempos en términos políticos, económicos y sociales. Este equilibrio lábil de las distintas tensiones, deja al descubierto la débil estructura sobre la que se sustenta el futuro de la Unión. Deberá redireccionarse para sostener su objetivo de erigirse como potencia civil, potencia normativa o como la han bautizado algunos analistas, potencia posmoderna o potencia benévola manteniendo una postura ética frente a la globalización.

A través de un enfoque crítico de los acontecimientos que ha vivido Francia es necesario desestimar toda visión obtusa de la realidad y apelar a una visión totalizadora.

Las amenazas a la seguridad han mutado, se han transformado, el lugar que antiguamente dominaron los intereses geopolíticos de las dos superpotencias en un mundo claramente bipolar cedió espacio al conflicto interno en forma de exclusión, desigualdad, discriminación, diferencias raciales y sociopolíticas, desdibujando los límites entre lo internacional y lo doméstico. En este caso la exclusión desató la furia, fue el detonante para que colegios, hospitales y vehículos ardieran dejando la huella de la ira por los barrios franceses. El inicio de una crisis social amenaza con perdurar en el tiempo. Quedó atrás la supuesta equidad de una sociedad en la que aparentemente convivían con normalidad en el sistema, los incluidos junto a los excluidos, denunciando el fracaso de un modelo político. Esta cuestión incrementó tensiones extendiendo las diferencias dentro del ámbito de la alta dirigencia política francesa.

La cuestión francesa desnudó una realidad poco visible o escasamente observada por el grupo mayoritario de los policy-makers (decisores políticos). Las medidas de seguridad en el futuro inmediato deberán hacer una revisión profunda de los lazos sociales y sectores excluidos, incorporando en la agenda cuestiones de política social, debido a que es imposible pretender en la esfera doméstica la convivencia en un orden con un porcentaje importante de la sociedad fuera del sistema. Los acontecimientos franceses, que pueden ser leídos como más destructivos y espectaculares que virulentos, alarman al resto de los países europeos, que deberán plantearse el asumir un rol activo ya que los costes de la indiferencia podrían ser más gravosos que pensarse potencialmente involucrados en esta misma problemática.

La historia ha demostrado que grandes cambios socio-políticos han sido precedidos por manifestaciones espontáneas o poco organizadas, con episodios de destrucción generalizada como respuesta a decisiones políticas arbitrarias o hechos circunstanciales que fueron considerados como aberrantes por un sector de la población[2].

En una reacción asumida en forma de repudio, este tipo de actos puede ser entendido como expresión primitiva de un sentimiento: exteriorizar la irritación generada por el sistema, que denota indiferencia política y social, y connota discriminación y aislamiento. Los jóvenes descendientes de inmigrantes provenientes de barrios pobres eligieron el fuego, el elemento que la humanidad dominó en tiempos pretéritos para pasar de lo crudo a lo cocido. Que responde a uno de los aprendizajes más primigenios del ser humano, demostrando que para la destrucción y la desestabilización no es necesario el empleo de formas complejas ni demasiado organizadas. Con el fuego, que paradójicamente sirvió a través de miles de años para que el hombre viviera mejor, y bajo la forma arcaica de revuelta, de agitación social, pueblos y ciudades se han transformado en verdaderos campos de batalla. Estas manifestaciones funcionan como un síntoma inequívoco de la exasperación de los excluidos ante la injusticia.

La respuesta violenta es hacia las expectativas sistemáticamente truncadas, hacia el doble discurso, ya que queda claro para la sociología que los eternos postergados, los que no esperan nada, difícilmente se violenten. En un análisis semiótico podemos perfectamente connotar a las llamas con la “furia” que sintomáticamente quemó mayoritariamente autos que significan “movilidad”, en un sistema en el que la fuerza imperante es la centrífuga, que expulsa. Decididamente estas manifestaciones de la violencia no se relacionan con la pobreza o la indigencia sino con la desigualdad y el empobrecimiento, la ausencia de oportunidades laborales y educativas que constituyen el “combustible” de la violencia urbana.

Por otra parte las formas de protesta social se “in-corporan”, es decir se materializan en un aprendizaje social a través de una internalización del modelo, delineando una forma de conducta colectiva que garantiza su repetición.

Cada día adquiere más sentido la incorporación de cuestiones sociológicas al análisis político, con el fin de alcanzar una visión totalizadora del fenómeno que hoy padece el pueblo francés y que puede ser un icono de lo que podría suceder en un futuro próximo en la Unión toda. El automatismo cultural de interpretar a estos grupos como subversivos, no funciona, como tampoco, el confundirlos con inadaptados sociales porque los jóvenes que tuvieron en jaque a un país provienen de diversas culturas y orígenes: asiáticos, africanos, musulmanes de distintos países, además de inmigrantes provenientes de Estados ex-comunistas que hoy forman parte de la Unión.

Una revisión por la historia nos ayudará a alcanzar un entendimiento más acabado sobre la problemática inmigratoria, indagando sobre sus orígenes y evolución, los motivos y causas. La inmigración se registró en la mayoría de los países que antiguamente habían constituido imperios o sistemas coloniales. Las colonias habían acompañado los altibajos de sus respectivas Metrópolis que las hicieron partícipes en el Siglo XX de ambas Guerras Mundiales, acelerando el proceso de descolonización. En la Primera Guerra Mundial, cuando los países colonialistas debieron gratificar y reconocer los valores y sacrificios de las tropas coloniales que combatieron y murieron defendiendo a sus Metrópolis, se inicia la concesión de ciudadanía a los que se destacaban defendiendo las banderas metropolitanas. Así cada Legión de Honor, Medalla Militar, Cruz Victoria, Cruz de Guerra, o de Servicios Distinguidos que fueron concedidos, generaban derechos a la percepción de una pensión de guerra a los ex-combatientes, alentándolos a la permanencia definitiva en la Metrópolis. Con el British Commonwealth of Nations y la conformación de la Unión Francesa, los residentes de las colonias podían adquirir legalmente el carácter de ciudadanos. Así las Universidades británicas, francesas, holandesas, belgas, etc., se poblaron de estudiantes provenientes de las antiguas colonias que constituían la élite de las sociedades de origen.

La segunda Guerra Mundial dio lugar a que miles de ciudadanos de Ultramar (aún considerados colonos) integraran las fuerzas armadas aliadas que terminaron derrotando a las potencias germanas e italianas. Así, los “goum” (o batallones) argelinos y marroquíes fueron movilizados y combatieron en las campañas de África del Norte, Italia y Francia desde 1942. Sin ir más lejos la 2da. División Blindada francesa del general Leclerc, que liberó a París en 1944, estaba integrada entre otras unidades por el Regimiento de Marcha del Tchad; el 3er. Regimiento de Artillería Colonial; el 40to. Regimiento de Artillería Norafricano; el 22do. Grupo Antiaéreo Colonial; el 1er. Regimiento de Spahís (caballería) marroquí; el Regimiento 12 de Cazadores de África, etc., lo que demuestra con claridad la importancia que tuvieron las fuerzas coloniales francesas en la liberación de París[3].

Con esos antecedentes gloriosos, en 1946 -después de la guerra- se dictó en Francia una nueva Constitución que le reconoció los derechos a los ciudadanos franceses de Ultramar, y el 28 de septiembre de 1958 todos los países fueron invitados a integrarse en la llamada Comunidad Francesa, previo referéndum local de aceptación o rechazo, pudiendo elegir por la independencia. Eso dio lugar a que la gran mayoría de los pueblos africanos fueran considerados franceses con plenos derechos para ingresar libremente en Francia. Un derecho que como es de suponer tuvo restricciones, ya que no se les aseguraba la igualdad de oportunidades, y los empleos que podían obtener no estaban a la altura de sus aspiraciones. El desarraigo, las costumbres, los regímenes sociales (por ejemplo la poligamia y el repudio a la mujer), las vestimentas (el Chador obligatorio para las mujeres) y otras cuestiones, un tanto triviales si se quiere, chocaron -y mucho- con las costumbres y usos europeos.

De esta manera, las oleadas de franceses de Ultramar, al llevar y practicar sus costumbres ancestrales y sociales en un país europeo tradicional sólo encontraron rechazo que se tradujo en trabajo de bajo nivel, viviendo en verdaderos ghettos urbanos o suburbanos. En los ghettos suburbanos de la actualidad es usual la cocina del “mechoui” (cordero) al estilo tribal, y comer con la mano el “couscous” (especie de sémola de grano grueso con carne y legumbres, fuertemente condimentado), así como vivir en poligamia islámica. La cuestión difícil solución es que los descendientes de aquella primera ola de “franceses de Ultramar” no hayan podido ser integrados por la sociedad francesa que aparece (a diferencia de la inglesa, holandesa o belga) como pluralista y con vocación pluricultural. De esta forma en la Francia real conviven juntos pero separados, franceses de un origen y de otro, situación que contradice la evolución de una sociedad que incluye e incorpora.

Se sobrepone la pregunta sobre cuál es la interpretación que hace el pueblo francés de los acontecimientos, debido a que el gobierno y el pueblo son movilizados por intereses diferentes. Si bien la salida a este espiral de violencia es políticamente viable, el fondo de la cuestión forma parte de una problemática de profunda raigambre cultural. La sociedad francesa no por comisión, sino por omisión ha dejado fuera de sus proyectos y circuitos legales de trabajo a los jóvenes descendientes de inmigrantes. De tal forma que estos jóvenes no pueden insertarse socialmente en un Estado que políticamente los niega y una sociedad francesa y europea que no los reconoce.

La revisión del esquema de seguridad se torna tan imprescindible como la implementación de políticas de inclusión. En este caso la decisión política de no reprimir a estos grupos, seguramente fue una decisión correcta[4]. Creemos que lo ocurrido en Francia es sólo la punta visible del gran iceberg de la cuestión migratoria a escala global.

Francia se debate entre las medidas a tomar, en primer plano las medidas de fuerza y control o diagramar una política de inclusión a largo plazo, o poner ambas en el mismo plano. En este momento los políticos franceses y otros poderosos Estados de la Unión discuten hacia dónde dirigirán sus fondos. Manteniendo un estándar de vida y verdadero estado de bienestar en Estados con baja natalidad y con una población económicamente activa en franco descenso, con fronteras laxas[5], y una comunidad extendida que incorporó países con economías débiles, o en recesión profunda y con intensos movimientos migratorios dentro de la Unión.

Los hechos ocurridos en Francia hacen notorio el conflicto entre la realidad y los principios ideológicos que caracterizan a los Estados europeos, como lo son la democracia, el buen gobierno, los derechos humanos, la solución pacífica de conflictos, el libre mercado, la cooperación e integración regional. Un orden más estable y duradero en lo social y político haría innecesario extremar las medidas de control. La búsqueda de soluciones para esta problemática tiene barreras que superar: primero, hallar un acuerdo en la definición del problema; segundo, lograr un acuerdo sobre el tipo de actuación que desean llevar a cabo frente al problema y, finalmente, si existe un acuerdo, atreverse a aplicar tal política.

De esta forma mientras la potencia del norte dedica colosales presupuestos al área de defensa para el desarrollo de “armas inteligentes” y multitudinarios ejércitos, la Unión pone todos sus esfuerzos materializándolos en tratados, constituciones o leyes orientados a la conformación de sociedades cuyos comportamientos sostengan los valores de la Unión, entre los que se encuentran los derechos de las minorías. Puede ser probable que la integración de los inmigrantes se lleve a cabo en el mediano plazo en un proceso que debería haber comenzado hace años y que debió ser considerado como prioritario mucho tiempo antes de tener que lamentarse por los acontecimientos que conmovieron durante días a Francia, a la Unión y al mundo entero.

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[1] El control es el elemento fundamental para evitar que se produzca un efecto derrame (spill-over) más allá de las fronteras del Estado que lo padece.

[2] Podemos recordar a mediados del siglo pasado el estallido de ghetos estadounidenses, hecho que fue fundacional en la lucha por los derechos de los negros, bajo el liderazgo de Martin Luther King..

[3] Lo mismo sucedió con la 1ra. División de Franceses Libres, que integraba en su gran mayoría a combatientes de las colonias francesas de África, Medio Oriente, Oceanía e incluso de las Antillas Francesa. Todos ellos combatieron y fueron reconocidos y “medallados” por Francia.

[4] Pensamos una represión mas acentuada por parte del Estado hubiera contribuido a generalizar el fenómeno de la violencia.

[5] La inmigración externa funciona como disipador de la balanza macroeconómica contrarrestando el crecimiento demográfico negativo, sin embargo no es tenida en cuenta a la hora de elaborar políticas educativas y de inclusión laboral. Este problema no es un monopolio francés, sino que incumbe a todos los países de la Unión.