martes, 24 de julio de 2007

Petropolítica: la política de la Edad de Piedra

Por Fernando Iglesias *(para la Revista Noticias)

Las mayores amenazas al mundo post-industrial y global provienen de un decrépito orden nacionalista e industrialista intrínsecamente dilapilador y contaminante y tendiente al militarismo.

Un breve vistazo a las mayores fortunas del planeta, encabezadas por productores de programas informáticos, especuladores financieros, propietarios de medios de comunicación y magnates de Hollywood, permite comprender que la generación de riqueza está pasando de una fase hardware, en la que el valor se generaba produciendo objetos mediante el trabajo manual, a una fase software, en la que predomina el trabajo intelectual. De Henry Ford a Bill Gates, en un mundo postindustrial dedicado a la creación y manejo de informaciones, conocimientos, diversidad cultural, comunicación, innovación y emociones, el cambio registrado en lo que Marx hubiera denominado el "modo de producción" ha sido increíblemente rápido: bastante menos de un siglo entre el Ford T y la primer PC. Un soplo en la historia de la humanidad.

Ya para 1980, Alvin Toffler sostenía que el conflicto entre capitalismo y comunismo era una disputa transitoria dentro de una misma civilización industrial, y profetizaba que dejaría paso a la verdadera lucha política del futuro: un megaconflicto de dimensiones planetarias entre los defensores de la segunda ola industrial y los de la naciente tercera ola postindustrial. Toffler tenía más razón de lo que sospechaba, y sin embargo no sería exactamente la industria la que adoptaría la defensa del obsoleto statu-quo nacional-industrial sino la rama más atrasada de la industria, que se ocupa de la provisión de energía para la antigua forma de producción, dependiente de su majestad el petróleo.

Un cuarto de siglo después de la publicación de "La tercera ola" toffleriana, apenas se alza la mirada por encima de las fronteras nacionales se observa que las mayores y más urgentes amenazas al mundo postindustrial y global (el recalentamiento atmosférico, el agotamiento de los recursos no renovables, los conflictos por los recursos energéticos) provienen de un decrépito orden nacionalista e industrialista intrínsecamente dilapidador y contaminante, y tendiente al militarismo y la confrontación. He aquí el origen de la petropolítica.

Dos paradigmas antológicos: petropolítica y sociedad del conocimiento y la información

Nada más lejos de la tan mentada sociedad de la información y el conocimiento que la industria petrolera. Un pozo o un barril de petróleo no valen nada para nosotros si otro se apodera de ellos. Por el contrario, los programas informáticos de una computadora pueden ser copiados sin perder su capacidad original y son más valiosos cuantos más usuarios lo utilicen. Los intangibles productos básicos de la economía de la información son, pues, condivisibles. No importa cuán avaros y monopolistas sean los líderes de la economía de la información: ésta necesita de la cooperación y del bienestar general para producir y vender una riqueza cuya magnitud se potencia con la riqueza de todos, sin que cuenten los orígenes nacionales y sociales. La inteligencia humana en la que está basada es un recurso no contaminante, inagotable, y desligado de potestades territoriales cuya pérdida de centralidad económica ha puesto fuera de juego el modelo de conflicto de la era industrial: la disputa bélica por un territorio y sus materias primas.

No ha habido guerras entre países desarrollados desde que -allá por los sesenta- los trabajadores intelectuales superaron numéricamente a los manuales en las economías avanzadas. En esos países, las unidades económico-políticas se han extendido pacíficamente debido a las exigencias que generaban las nuevas tecnologías y gracias a las posibilidades que creaban. Todas las estadísticas disponibles señalan que no existen ya estados de bienestar en las naciones organizadas bajo modelos nacionalistas-industrialistas, y destacan también que son los países postindustriales y con mayores índices de intercambio global los que tienen los menores índices de desigualdad del planeta. No es casual: toda economía basada en la inteligencia humana supone un alto nivel educativo y una elevada capacidad de trabajar asociadamente, factores indispensables para la redistribución social de la riqueza.

Exactamente lo contrario sucede con las materias primas y el petróleo. Como en todo modelo basado en la explotación de recursos escasos y agotables, en los países extractivos el proceso económico es del tipo suma-cero: la apropiación por parte de unos excluye la de los otros; lo que inevitablemente lleva a la disputa y excluye toda posible cooperación. La extracción de materias primas está, por razones obvias, fuertemente ligada al territorio, y por lo tanto, es tendencialmente generadora de conflictos por su control y por el predominio geopolítico. Esto conduce directamente a la aparición de núcleos de poder petropolítico surgidos de los acuerdos entre los agentes económicos de las corporaciones extractivas y los agentes políticos ligados al comando del aparato militar. Dado que en toda actividad extractiva la intervención de la población en la generación de la riqueza es escasa y de baja calidad laboral, los niveles de bienestar de la población y su capacidad para trabajar cooperativamente son factores de producción irrelevantes. Así, la riqueza generada se acumula inevitablemente en manos de los propietarios privados de los recursos y de las autoridades públicas que poseen el poder de gestionar el acceso y el control de las concesiones.

Es éste el reino en el que la petropolítica, política de la Edad de Piedra en los tiempos de revolución tecnológica, tiene sus dominios. Las teorías del "intercambio desigual" con las que el tercermundismo achacaba todos los males del subdesarrollo a los bajos precios de las materias primas se tornaron irrelevantes después de décadas de subida vertical del precio de petróleo; subida que originó un flujo inconmensurable de riqueza hacia los países de la OPEP sin que las condiciones de vida de sus ciudadanos sufrieran cambios significativos.

El mundo de la petropolítica

Donde domina la petropolítica, el conflicto y la exasperación sustituyen al diálogo y al consenso. Así, la sociedad se divide entre un "nosotros" y un "ellos". El territorio y sus virtudes morales son exaltadas y la disputa por su control adquiere valor metafísico. Sin importar el uso que hagan las castas locales de la riqueza extraída, los extranjeros son presentados como una manada ávida de apoderarse de "nuestros" recursos.

Más allá del discurso que se esgrima desde el poder, la petropolítica lleva a que la riqueza se acumule en pocas manos. La democracia tambalea, si es que existía, o nunca surge, allí donde no la había. A pesar de la retórica incendiariamente nacionalista que sirve para encubrir los intereses reales en juego, la unidad nacional se ve frecuentemente desgarrada, abriendo la puerta a un nuevo esquema destructivo: la guerra intra-nacional por el control de los recursos en forma de guerra civil o étnica; tendencia que amenaza trasladarse hoy desde las arenas del África hasta la gasífera Bolivia.

Fundamentalismos de tipo político y religioso predominan en el universo petropolítico. El mundo se divide en amigos incorporados a la red de reproducción del poder existente y enemigos mortales, buenos sólo para ser destruidos.

Las propiedades ambiguas de los recursos naturales en términos de progreso político y social no sólo han tornado obsoleta la teoría de los intercambios desiguales sino que han dado lugar a la tesis de la "maldición de los recursos naturales", bien apuntalada por el hecho de que países con bajísimos recursos per capita (como Japón) han sido capaces de estructurar sociedades ricas e igualitarias, en tanto otros con elevados recursos naturales por habitante (como la Argentina) se debaten en la pobreza y las desigualdades crecientes. Que Latinoamérica sea el continente con mayor cantidad de recursos naturales por habitante y el de mayor desigualdad del mundo, y que África la siga en ambos rubros, constituye una confirmación directa de la tesis. Se ha comprobado también, en recientes estudios, una elevada correlación entre la suba del precio del petróleo y un empeoramiento de las capacidades democráticas y republicanas en casi todas las naciones petroleras, sin diferencia alguna entre las latinoamericanas, las africanas y las asiáticas, para no hablar de los Estados Unidos de América.

El continente en el que el peso de los recursos naturales en la economía es el más alto –África– es el mismo en el que las masacres generalizadas, los genocidios étnicos, las tiranías seculares y la barbarie tribal alentadas por las corporaciones a la búsqueda de los diamantes de Sierra Leona y el petróleo de Sudán se han convertido en la regla. Lo cierto es que mientras el mundo miraba lo que sucedía en Irak, el más extendido drama humanitario, con millones de muertos y cientos de miles de refugiados, expulsados y exiliados, se verificaba en esa África cuyos recursos naturales son la fuente casi exclusiva de riqueza. La tribalización y militarización de las sociedades africanas ha generado un renovado medioevo donde las lanzas y flechas han sido reemplazadas por ametralladoras y kalashnikovs. Tampoco parece casual que Medio Oriente, la región del mundo en la que el petróleo es el recurso económico por excelencia, sea un centro generador de inestabilidad política, terrorismo e inseguridad energética mundiales, para no hablar de los costos que el consumo irracional de combustibles fósiles tiene en términos de contaminación atmosférica y recalentamiento global.

Los líderes petropolíticos

¿Cuántos millones han gastado las compañías petroleras y sus aliados en financiar las campañas que presentaban mundialmente a la energía nuclear como una opción demasiado peligrosa, y a los biocombustibles y el hidrógeno como fuentes de energía buenas para libros de ciencia-ficción pero de escasa aplicación práctica? ¿Cuántos, en demorar y obstaculizar las investigaciones sobre fuentes alternativas? ¿Cuántos, en impedir el desarrollo de organismos de fiscalización democráticos y globales que pudieran, digamos, establecer una tasa mundial a los combustibles fósiles y dirigir esos recursos al financiamiento de la investigación, desarrollo y aplicación de fuentes renovables y no contaminantes?

Conspiración o no, lo cierto es que vivimos hoy en un mundo completamente diferente al del industrialismo de inicios de siglo pero en el que los combustibles fósiles siguen siendo la fuente básica de energía. Significativamente, el único sector en el que la revolución tecnológica no ha cumplido sus promesas, el energético, ha generado un núcleo petropolítico de atraso global de índole preindustrial y patrioteramente nacionalista que en esta última década se ha extendido como un cáncer. Basta mirar el mapamundi: el primer exportador mundial de petróleo es la Arabia Saudita dominada por una monarquía absolutista de cuya periferia salió Osama Bin Laden; el segundo es la Rusia del ex jefe del KGB Vladimir Putin; el cuarto es el Irán del negador del Holocausto Mahmoud Ahmadinejad; el quinto es la Venezuela del coronel Chávez; el sexto son los feudales Emiratos Árabes; el séptimo es el dinástico Kuwait; el octavo es la devastada Nigeria; el décimo es la Argelia de los hermanos musulmanes degolladores de infieles; el undécimo es el Irak que fue de Saddam Hussein y el duodécimo la Libia que aún es de Muahamar Kadaffi. Compárese esta lista con la de los mayores conflictos bélicos de las últimas décadas y la de los peores regímenes autoritarios y genocidas y se comprenderán las verdaderas dimensiones que asume hoy el reino de la petropolítica.

No es todo. Sintomáticamente, el carácter nacional de las empresas (anacrónica reliquia de los tiempos nacional–industriales) es una característica marcada en el sector petrolero. Tanto Exxon, Chevron, BP y Repsol –del primer mundo– como PDVSA y Petrobrás –del tercero– son corporaciones nacionales. Shell es el máximo infranqueable del cosmopolitismo que han logrado alcanzar las big oil corporations: una compañía binacional. Si esto es poco, cuando se repasa la lista de los productores de petróleo se encuentra en el tercer puesto a los Estados Unidos y en el decimotercero al Reino Unido, naciones cuyas empresas petroleras dominan el mercado mundial y que han liderado la desastrosa invasión de Irak, accediendo así al control de la segunda reserva petrolífera del mundo y generando una suba del precio del petróleo que ha hecho la fortuna del sector petropolítico. ¿Mera casualidad o la demostración de una relación de causa-efecto del que no están exentos los países del mundo avanzado?

La nueva polaridad política global

La petropolítica ha invadido el terreno de las políticas nacionales poniendo al frente de los estados a líderes reaccionarios ligados a poderes corporativos y concepciones nacional-industriales, es decir, antiglobales. No otro es el rol que ha desempeñado en Estados Unidos la dinastía Bush. De los pantanales creados por la petropolítica surgió también la desgracia del que fuera el más prometedor de los líderes del mundo avanzado: Tony Blair.

Cuando se observa que los Estados Unidos son un país escindido en dos mitades (una costera, hiperconectada, cosmopolita, productora de bienes simbólicos, progresista, y en la que ganan casi siempre los demócratas, y una interior, desconectada, nacionalista, productora de bienes primarios, reaccionaria y votante de Bush y los republicanos) no se hace más que comprobar la profecía de Toffler: una lucha mortal por el predominio entre la segunda y la tercera ola. Y como todos las tendencias del mundo moderno, esta tensión entre un industrialismo nacionalista y el mundo postindustrial se ha hecho visible como polaridad política mundial, con los jeques internacionales de la petropolítica enfrentando a una coalición de fuerzas (la Unión Europea, Japón y Canadá, principalmente) favorables a los acuerdos de regulación ecológica y financiera global y al reforzamiento de las instituciones supranacionales (como la misma Unión Europea, la Corte Penal Internacional y la ONU), y fuertemente contrarias al unilateralismo y el militarismo petropolíticos. Y dado que en un mundo global las polaridades políticas se vuelven globales, quien crea que las tensiones provocados por la petropolítica son una cuestión ajena no tiene más que mirar el mapa de una Latinoamérica polarizada por la puja entre el coronel Chávez y sus aliados: sus energéticos compadres Morales y Correa (los tres, presidentes de las únicas naciones sudamericanas en las que la producción de energía es el recurso económico predominante) y el resto de los gobernantes del sub-continente.

En fin, quien piense que la Argentina está fuera de estas tendencias puede observar que por primera vez en la Historia el país tiene un presidente nacido en la región que concentra el 84% de la producción petrolera nacional, o repasar la lista de las provincias en las que una lucha de tipo suma-cero por el reparto de una torta esencialmente petrolera está llevando al conflicto entre los gobernantes que controlan esos recursos y el gremio emblemático de una sociedad basada en el conocimiento y la información: los docentes.

A este preocupante panorama se agregan hoy los planes de "reargentinización" de Repsol-YPF, es decir: el uso del nacionalismo para favorecer un modelo de capitalismo de amigos ligados a las discrecionalidades del poder nacional, lo que garantizará, como siempre, que las ganancias -si las hay- sean privadas y las pérdidas, públicas. En todo caso, más que un paso hacia el futuro la reprivatización de una parte de Repsol-YPF bajo la apariencia de "reargentinización" significaría, previsiblemente, la reafirmación en Sudamérica de un núcleo petropolítico venezolano-argentino aún más autoritario y antirrepublicano que el actual.

* Autor de "Globalizar la democracia".