martes, 10 de abril de 2007

Duelo por el maestro - Jorge Guinzburg

Más allá del psicoanálisis, intento siempre darle a la vida humor. Hay ocasiones, sin embargo —quizás por falta de talento o de creatividad— en las que no me resulta posible. No me sale.

Esta semana, en Neuquén, mataron a un profesor de química. Lo fusiló un policía provincial arrojándole una granada de gas lacrimógeno con su pistola lanzagases. El proyectil atravesó la luneta trasera del Fiat 147 en el que viajaba de rodillas y le provocó la fractura y el hundimiento de cráneo.

No murió enseguida. Después de casi dos días y dos intervenciones quirúrgicas, se decretó su muerte cerebral, se le desconectó el respirador artificial y todo terminó para él.

Da la casualidad que ese maestro, además, era un buen docente, un gran tipo, querido por sus alumnos, que lo definían como un grandote bonachón al que habían elegido como el rey del colegio, durante el 2006.

Para ser feliz sólo le faltaba una cosa: un sueldo digno que le permitiera llegar a fin de mes y darles a los suyos lo que necesitaran. Porque, además, ese modesto profesor tenía familia. Esposa, hijas y, a sus 40 años, una vida por delante en una de las provincias más ricas, con los docentes peor pagos del país.

Por eso, con sus compañeros, había iniciado el paro de protesta el 5 de marzo y este miércoles todos juntos intentaron cortar la ruta 22 de Neuquén entre Senillosa y Arroyitos. La misma ruta en la que el 12 de abril de 1997, en otro paro docente, fue asesinada Teresa Rodríguez, una empleada doméstica de 24 años que no participaba de la protesta pero de todas maneras recibió, también de un policía, un balazo calibre 32 en la cabeza. A diez años, su crimen todavía sigue impune.

Esta vez, como entonces, la Policía reprimió la marcha, impidió el corte de la ruta y, cuando los maestros se replegaban, cuando ya abandonaban el lugar, Carlos Fuentealba, el profesor de química, un simple delegado gremial del colegio secundario del barrio Cuenca XV, pasó a engrosar la lista del más de medio centenar de víctimas fatales de la brutalidad policial desde que se recuperó la democracia.

El subsecretario de Seguridad de la provincia, Raúl Pascuarelli, al enterarse del hecho habló de un posible error policial y aclaró que el operativo fue comandado personalmente por Carlos Salazar, jefe de la Policía provincial, y monitoreado por el gobernador Jorge Sosbich desde la Casa de Gobierno de Neuquén, porque la Policía no lleva adelante ninguna acción sin el conocimiento del señor gobernador. Es decir que la consigna era evitar el corte de ruta de cualquier manera, aun la más violenta.

Al parecer, el asesino sería José Darío Poblete, un sargento primero en actividad a pesar de tener dos condenas previas: de un año de cárcel en suspenso y dos de inhabilitación, por apremios ilegales en 1997 y otra de 2 años de prisión efectiva y 4 de inhabilitación, por vejaciones a detenidos en el año 2006. A eso debe sumarse una denuncia de su esposa por amenazas en 1999. Cuando alguien así aún no fue exonerado de la fuerza y se le permite portar un arma, ¿se puede hablar de error policial, es simple incapacidad o desde el gobernador para abajo, todos los que se lo permitieron son cómplices del crimen?

Jorge Sobisch, en una improvisada conferencia de prensa, poco antes de abandonar la Casa de Gobierno disfrazado de policía antimotines, con escudo y protector facial, dijo tener en su escritorio la renuncia de todos sus ministros. ¿No debería ya mismo agregar la suya?

Sí, intento siempre darle a la vida humor. Tomarla con humor. Expresarla con humor. Esta semana podría haberlo logrado hablando de las dibujadas cifras del INDEC, del insólito desabastecimiento en los supermercados, de las inoportunas declaraciones de Cavallo o hasta del cambio climático; sin embargo, al pensar en Fuentealba, ese humilde maestro asesinado, el humor, en mí, desapareció por completo.

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